
De Ross Pesek
Según la leyenda mexicana, el colibrí está relacionado con el espíritu del intachable guerrero y dios azteca “Huitzilopochtli”, que quiere decir “colibrí del sur”. El “sur” hace referencia a los reinos espirituales que existen de manera paralela al universo material.
Como cualquier abogado, me gradué de la escuela de derecho tras haber leído muchos libros, pasado muchos exámenes y con una flamante cédula “para ejercer”. Sin nada más que un ferviente deseo de ganarme la vida y las ganas de darles un giro a las cosas, me paré al inicio de la senda de la vida y estudié el terreno. A mi alrededor, había una infinidad de senderos. Había oído que tomar la senda menos transitada podía marcar la diferencia, así que seguí mi propio camino en busca de la justicia.
Al iniciar mi viaje, estaba lleno de inseguridades, pero, rápidamente conocí a más personas que me pedían ayuda para hacer justicia por ser abogado. Con el desasosiego resultado de una evaluación realista de mis conocimientos, pero con un exceso de confianza, fruto de mis impresionantes credenciales, me propuse ayudar a los que más lo necesitaban. Me puse al servicio de los que no hablaban el idioma predominante; de los que solo tenían una educación básica o los que tenían una discapacidad física o mental, o los que simplemente necesitaban una orientación básica. Casi siempre, estas personas pedían humildemente que se les hiciera justicia. Pensé: “¿Qué tan difícil puede ser?”.
Pero rápidamente me abrumaron los oponentes de las personas a las que atendía. Resulta que la injusticia seguía a mis amigos como su sombra. Cuando se acordaba una fianza, suponían que mi cliente era culpable y adinerado, a pesar de ser inocente y pobre. A estas personas desposeídas y víctimas de la negligencia les decían: “Solo son diez años de registros médicos previos, un interrogatorio y unos cuantos años de espera” y luego la aseguradora pagaba la deuda. Lo más doloroso es que vi a familias congeladas por el temor, ya que bandas de agentes federales, vestidos de civil, capturaban a mamás y papás por trabajar por invitación pero “de forma ilegal”. La familia se preguntaba: “¿Regresarán por nosotros?”. Yo buscaba la justicia día tras día, semana tras semana y año tras año.
Empecé a perder la esperanza pensando que jamás la encontraría. ¿Qué servicio podría prestar ante tal poder? ¿Qué podría lograr con simples palabras? A diferencia de mis oponentes, nunca pude reunir la suficiente fuerza para enmendarme. Y me he dado cuenta todo este tiempo de que el poder puede sancionar la injusticia, pero nunca dejará paz tras de sí. Después de examinar mi propio corazón, me percaté de que solo la justicia puede traer la paz. Esperaba que se hiciera presente pronto, pero no la veía por ninguna parte.
Y entonces, un día me pregunté: “¿Puede haber fortaleza en la debilidad?”. Al reflexionar, descubrí que había sido testigo de otro tipo de poder. Fui testigo de la silenciosa fortaleza de las familias dispuestas a exigir justicia por tiroteos policiales injustificados. Fui testigo del poder interior de una mujer cuadripléjica con la valentía para exigir un mundo físico que la acoja. Fui testigo de la gratitud por la familia mostrada hoy por inmigrantes que sabían que no había ninguna garantía de tener una familia mañana. Fui testigo del perdón que las familias afectadas por la injusticia concedían a los poderosos. Al final, concluí que en estos momentos existe una fortaleza oculta dentro de estas personas que está a la espera de manifestarse; si tan solo pudiera aliarme con ella.
En un abrir y cerrar de ojos, tuve la visión de un sendero con mosaicos azules psicodélicos en forma de triángulo que se extendía en la distancia. Fue asombroso y tardé un momento en recuperarme. Al sur, vi un colibrí gigantesco que irradiaba energía. De alguna manera, presentí que se trataba de un aliado que había venido a ayudar a aquellos que eran lo suficientemente intachables como para captar la fuerza en la debilidad. No caminé por el sendero, sino que corrí. “¡Por fin!”, lo sabía dentro de mi corazón, “¡El sendero hacia la justicia!”. Seguí corriendo, cuesta arriba. Cada paso del sendero era emocionante y agotador. El sendero se volvía cada vez más estrecho, hasta que se hizo tan angosto como el filo de una navaja. Mantuve el equilibrio, pero, justo cuando parecía que iba a resbalar, en un abrir y cerrar de ojos, el colibrí apuntó su afilado pico hacia la injusticia, voló a la velocidad de la luz y atacó. Antes de que pudiera actuar, el colibrí chocó contra la injusticia y se transformó en un brillante y dorado fuego artificial que explotaba, como si fueran arañas en el cielo.
La visión se desvaneció tan pronto como llegó; volví a enfocarme en un instante. Me encontraba en el mismo mundo de antes. La confusión reinaba, los poderosos habían caído en manos de los débiles y todos se preguntaban: “¿Qué sucedió?”. Les expliqué lo del sendero hacia la justicia, pero las palabras no eran suficientes. Después de intentarlo una y otra vez, me di cuenta de que las palabras solo podían señalar el camino para los demás que buscaban justicia. Tendrían que encontrar el sendero hacia la justicia por sí solos.
Cuando todo volvió a la normalidad, me percaté de que algo había cambiado en mí y a mi alrededor. Una vez más, estudié los senderos al inicio de la senda de la vida. Veía todos los antiguos senderos, pero ahora veía senderos psicodélicos y paralelos que se dirigían hacia la justicia, justo al sur de las veredas conocidas. Mis oponentes mundanos, con todo su poder, caminaban por el único sendero que veían, se burlaban de la fortaleza en la debilidad y negaban cínicamente que existiera un sendero hacia la justicia. Sin embargo, yo tranquilizaba a mis clientes con estas palabras: “El sendero hacia la justicia está justo hacia el sur. Dejen atrás su miedo. Tengo aliados inimaginables ¡y estaremos a su lado!”.